martes, 28 de octubre de 2014

Sol: ni la primera ni la última



Foto: Tomada del libro Un día, un perro, de Gabrielle Vincent

Solo hoy que lo recuerdo se me hace que cada minuto fue eterno, aunque no fue más que un flash que no duró ni la mitad de una de mis mañanas. La cuestión es que hace unos días quise ayudar torpemente a un animal. Sí, se trató nuevamente de un perrito que para recordarlo siempre lo llamaré Sol.

Sol resultó herido de uno de los millones de carros que pasan por la avenida Mariscal Sucre, más conocida como la Occidental. No diré más porque nunca sabré si la herida fue intencional o Sol apareció y cruzó la calzada de golpe y el conductor no pudo hacer nada.

Al verlo, se me borraron todos los pensamientos lógicos y paré el tráfico de las 09:30 para ayudarlo. Sí, en media calle porque justo en ese instante, todo pasó frente a mis ojos y a pocos centímetros de mi parabrisas. Miles de pitos de carros después, me estacioné a un costado para seguir a Sol que caminaba lastimado y sin rumbo. Quería bajarme, parar el auto, salir por la ventana, tener un brazo de diez metros, un copiloto, en fin. Luego, cuando se perdió por un camino, encontré espacio libre en la vereda y me bajé. Dejé el carro asegurado solo con las luces de parqueo.

Tomé mi cartera, la mascarilla del radio y lo seguí por un camino que nunca había pisado. Empecé a desesperarme porque no sabía exactamente lo que hacía, ni por qué, ni que haría después. Solo quería ayudar.

Sol caminó frente a mí por más de 30 metros por un camino de tierra sin salida -por el que nunca había pasado- hasta que paró frente a unas casas. De una de ellas salió un señor. Le indiqué a Sol y por mi desesperación, me imagino creyó que era mío o que yo le había causado daño. “Señor ayúdeme no sea malo, lo estoy siguiendo desde la Occidental”, le dije. “Déjelo, está buscando dónde morirse”, me respondió. Y lloré.

El hombre se metió a su casa pero en segundos salió uno más joven a preguntar si necesitaba ayuda y le dije que no sabía que hacer por Sol, que cayó agotado sobre unas piedras, en la sombra. Ahí me le acerqué, le agarré una de sus patitas llenas de polvo, vi un collar de nylon desgastado en su cuello y la acaricié la frente. “Ya te vamos a ayudar, espera un ratito, solo un ratito”.

El joven se quedó a cargo de Sol y le dije que me esperara hasta traer mi carro a esa esquina sin salida. Sol intentó ponerse de pie pero volvió a caer. Le pedí al chico que lo pusiera en el asiento trasero de mi carro y solo desde ahí supe que ya era demasiado tarde. “Aún creo que respira”, dijo. Le agradecí, entré al carro y miré a Sol por última vez. Manejé sin concentración mientras lloraba en pausas con el sol golpeándome la cara. Paré cerca de una veterinaria y busqué ayuda.

La enfermera que salió lo supo desde que vio a Sol que ocupaba todo el asiento trasero. Pero ya no pudimos hacer más. Tardé cerca de diez minutos en reponerme de la tristeza y de un hueco que se quedó en mi estómago que no pude apaciguarlo en todo el día. Quería pensar que hice lo que pude, pero a la final no fue nada.

No solo corrí uno sino varios riesgos en mi intento fallido de curar a Sol de su dolor. Pero no me di cuenta hasta el día siguiente, cuando pensé que si me volviera a pasar de nuevo, probablemente lo haría otra vez. Ahora, el problema es más grande y va más allá de uno de los tantos intentos de rescatar a un can que corre peligro, aun cuando no sabemos que hacer con ellos una vez que los rescatamos.

Hace un par de días leí un artículo de una experta quien afirma que el rescate de animales callejeros aumenta su población y no reduce este problema. Y probablemente tenga lógica y razón. Sin embargo, al encontrarse con este tipo de situaciones –y un desubicado sentido del peligro mezclado con la emotividad- me imagino que es más difícil pasar de largo sin hacer nada.

Ahora opto por un breve silencio. Por Sol, y por el que deberían guardar muchos ángeles que sin importar lugar o condiciones, también los ayudan. Ellos no reciben un ‘gracias’ sino una mirada silenciosa de eterno agradecimiento de quien no sabe por qué vino al mundo, y por qué un día tiene hambre y frío y al otro está completamente feliz.  

Aún creo en estas segundas oportunidades y es difícil llegar a una comprensión general porque es algo muy personal. Al principio me dijeron “lo haces por ti”, pero cuando fui por Sol fue en quien menos pensé.

Me imagino que si alguien en algún momento piensa en ayudar, a quien sea, lo hace por un impulsivo instinto emocional y sin pensar, como me pasó a mí. No hay más reglas. El mundo lo tienes ahí y cuando algo se presenta es cuestión de segundos el decidir pasar de largo, o actuar. Aunque sea solo intentar.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Cariño desinteresado



A las 18:00 Amarillo ya estaba en la puerta del garage esperándolo, como todos los días. Al menos a esa hora lo ví yo aunque mi mamá asegura que esta es la segunda vez del día. A las 06:00 también baja al mismo sitio. 


¿Qué hace? ¿A quién espera? ¿Quién espera? Amarillo (como lo acabo de bautizar) es un perrito, o perrita, de color casi dorado, casi café.  Baja con tranquilidad a la puerta de una casa que está frente a la mía y se sienta a esperar a que alguien salga para darle de comer. Yo sólo lo veía sentado a cerca de un metro de la puerta de rejas negras de la casa en donde ya hay otros cinco perros más. Tres de raza y dos mestizos.  Pero no conocía a quien esperaba y ayer los ví. Y me conmoví y casi no lo creí.

Antes de las 18:00 ya lo miré caminando sin regresar a ver. Con su rumbo fijo hacia esa puerta. Los otros canes de la casa apenas lo olfatearon empezaron a ladrar. Pero él no se inmuta. Sigue caminando hasta llegar al lugar y sentarse a esperar.

Sin haber ingresado a la casa, un carro rojo se detuvo junto al expectante. De ahi se bajó un hombre de apariencia jóven y estatura pequeña. Apenas lo vio, Amarillo se lanzó a sus piernas, mientras él le respondió con la misma alegría. Juro que si el hombre también tenía cola la hubiese movido tanto como Amarillo. Entre lamidas, saltos y ladridos se saludaron durante un minuto, pese al ruido y alboroto que causaban los otros animales, incluido los míos. 

Luego de abrir la puerta e ingresar a su auto se perdió delante de los cinco canes que persiguieron el vehículo dentro de la casa. Amarillo lo esperó sin moverse. En pocos minutos, el hombre salió de nuevo con un plato de plástico en su mano y se lo dio a Amarillo, quién no sabía si comer o seguirse emocionando.

Me sentí tan bien de ver una escena así. Recordé las veces que hice lo mismo con otros dos perritos que ya no están aqui... Fue casi igual. 

Luego de un rato de juegos y ladridos, el hombre se fue y Amarillo también. Regresó una cuadra más arriba a donde parece tener un hogar. Pero en el que -creo- no le dan el mismo cariño.

Antes de salir de casa ya lo vi nuevamente, esperando a quien le alimente el estómago y la vida. A cambio de nada.

Que personas como ese hombre aun existan es un gran alivio. No es tan imposible ser así. Pero me preocupa porque este es solo un caso. Cuántos Amarillos estarán por ahi esperando a que alguien se baje de su vehículo y le brinde cariño desinteresado. Cuántos...

Al parecer Amarillo tuvo suerte de vivir cerca de una casa en donde parece haber mucho respeto hacia seres como él y como los otros cinco que tienen en su jardin.  Según mi mami, los dos que no son de raza fueron recogidos del mismo vecindario, y creo que pronto Amarillo será parte de esa gran familia.

Por ahora, Amarillo siempre irá hasta allí aunque algún día ya nadie se baje del carro para darle la mano; mientras tanto, yo los veré desde el otro lado, y si él no llega, yo estaré ahí para ayudarlo. Sin dudarlo.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Gratificaciones y desmotivaciones

Estoy lista, tengo las fuentes, las grabaciones, apuntes, ganas de escribir, cansancio. Llevo la noticia grabada en mi cámara mental y entusiastas ganas de salir. De contarlo todo. Ahí no termina la travesía. Todo lo contrario, apenas inicia.

Escribir es el primer paso, abrumarse por el exceso de información, el segundo. Editar, llamar, no acordarse, estresarse, que te editen todo, que te pregunten de todo, y no saber que responder. En fin....

El tercer paso es contemplar cual hijo recién nacido el producto que está por imprimirse. Sentirse emocionado porque está tu nombre ahi, porque tu estuviste ahí. El cuarto paso es el susto. Pensar si estará bien, si te equivocaste, si lo leerán, si lo que te dijeron que pongas estará bien, si les interesará, si el que lee te corrije hasta la raya de la ñ, y demás.

Luego el silencio. El producto listo. La noticia rodando por el aire, circulando por las plataformas. Recibir  observaciones, un par de felicitaciones -de tus familiares- y sentir miedo aún. ¿De qué? Del otro paso: La crítica.

Del que editó, leyó, se sintió afectado, de la fuente que no le gustó, de los susceptibles, los inconformes... Y es comprensible al cien por ciento. Ver que una persona de quien solo sabes el nombre -porque aparece como el único responsable de lo escrito- plasme sin piedad sobre alguien muy cercano a ti. Y leerlo, aun sumido en el dolor, escrito en el periódico. Y preguntarse ¿Quién es esta? ¿Quién se cree para hablar así? ¿Porqué les dejen escribir estas cosas? ¿Que no tienen corazón?

Duele. Y les entiendo, aunque ellos, en su mayoría, nos entienden a nosotros. Es algo así como una conjugación de sentimientos y actitudes que deben mezclarse para cumplir con el trabajo, sin afectar a nadie.

Se dice que un periodista que no es sensible y no se conduele del más mínimo detalle, no puede contar una gran historia. Qué los frívolos solo cuentan hechos, no momentos. Pero lo que no creen muchos lectores es que sí lo somos, en gran parte. Pero la sensibilidad tiene que relucir cuando tus dedos tocan las teclas. Y hacerte frente con seguridad cuando, en medio de un crudo hecho, te tiemblan todos los dedos cuando tratas de anotar algo. Y hasta ahí, hay que evitar no demostrar nada. Y es así como te ven. Aún cuando en la noche las imágenes escalofriantes no te dejan dormir y hasta te sacan lágrimas silenciosas.

Claro que afecta. Todos los días, por todos los hechos. Y de eso se trata de contar algo que conduela también, sin ofender a nadie. De ahí que existen los que no les importa ni eso, también es cierto. Pero no somos todos.  Pero también me duele, sino no estuviera aqui.

Ahora, viene el siguiente paso: aprender y seguir trabajando.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Testamento de memorias

Se me ocurrió que si mañana amanezco y pierdo la memoria, un quintal de letras se irían conmigo. Y talvéz no vuelvan nunca más. O puede pasar hoy, en un rato o al salir a la calle. Siendo optimistas, cuando tenga el  cabello blanco, de anciana. Por eso es mejor escribir antes de olvidar.

Son cosas que vienen en destellos que no duran ni un segundo. Imágenes fugaces. Yo, de pequeña. Desde el lente de una diminuta persona que creció mirando el mundo con la boca abierta. Para tratar de entender y de grabarlo todo.

El más vago de los recuerdos es una fotografía de mil colores que se mueve en mi cabeza constantemente. Que me da nostalgia y ganas de presionar el botón de retroceder para obligarle a mi mente a recordar más. Pero no puedo. Solo me veo a mi, a mi madre y mi hermano. Los tres en un juego junto a dos camas. Mi mami nos enseña. Ella es la profesora y nosostros los alumnos que rayamos sin piedad 'la tarea' en cuentos envueltos en pastas de cartón brillante, con las puntas dañadas que yo misma mordí. Mi cuaderno era el de Pinocho, mi historia favorita. Tenía tres años, creo. Me viene el olor del libro y las voces de mi mamá.

Otra película dura menos que esos segundos. Soy yo durmiendo con mi mamá quien sostiene un biberón en un cuarto donde hay dos camas. En la otra, duerme mi papá con mi hermano, también pequeño. Tenía meses según todos, pero estoy segura que lo recuerdo. Casi como una alucinación pero lo recuerdo.

También tengo imágenes frescas y no tan borrosas. Como la de mi redonda figura pequeña jugando a la cocina en el jardín de mi casa. Haciendo sopa de tierra, con papas de piedras, y cilantro de hierba. Todo un manjar. Al igual que mis tortillas de lodo que freía en un horno oxidado que saqué -sin permiso- de la bodega de la casa de mi abuelita. De los billetes en forma de hojas. De los diamantes en forma de rosas. Del enojo de mi abuelita al encontrar 'mi cocina' en el patio. De mi abuelita, de su aroma, de sus manos. De los helados en tulipán que nos compraba. Cuando dijo "de grande ya no tendrás que lavar platos porque en el futuro se podrán comer". De sus risas. De mi caída en la bicicleta que me costó un hieso en el tobillo que mi abuelita quiso sanar con un curita. De los vestidos que me hacía.

Juegos absurdamente divertidos como las decenas de figuritas que recorté después de dibujarlas en cartulinas color crema. Imágenes de ratoncitas que vivían en una ciudad diminuta. En la que también jugó mi hermano, a veces, hasta el enojo por no darle la razón. Del juego de las 'mareadas', que consistía en vendarnos los ojos con una bufanda y caminar por toda la casa hasta encontrarnos y reirnos sin sentido. Y de las peleas que eso ocasionaba. De la simulación de cajera de supermercado con teclados escritos en hojas papel bond. De la locutura de radio que tenía su cabina en la cama con muchos discos de papel. De los experimentos con todos los frascos que había en el baño. Por lo que me hablaban cuando no les avisaba porque se untaban mis pociones mágicas.

En fin... Puedo bautizarlo como mis primeros recuerdos. Si los olvido, quedarán aqui.  

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Repasos

Me da miedo, pero aún así insisto. Intento en la clase, cuando se acaba, en mi mente, en mi casa. Pero cuando tengo que hacerlo, no sale casi nada. Me enredo, me tropiezo, me río. Me vuelve a dar miedo. ¿De qué? De caer al terminar uno de esos mareantes giros de 360°. De lesiones en pies, manos, rodillas y todo lo demás que se pone en movimiento cuando bailo.


Supongo que es algo que les pasa a muchas o que ya les pasó a las expertas. Ya imagino a una Martha Graham o Isadora Duncan sacándose el aire y los callos de tantos repasos y maltratos. Pero a la final ¿quién se entera?

En otro repaso. Desde al frente debe verse perfecto. Los pies y las manos deben volar hacia las diagonales correctas haciendo que coincida con los mismos gestos de cada compañera. Si el profesor dice que hay que repetir, hay que repitir.


Cansa y duelen los dedos -todos-, pero hay que hacerlo de nuevo. Y así hasta cuando al guía le de pena o frustración. Cuando se le caiga el masoquismo o cuando piensa en silencio, ya, ya, sigamos, sigamos.


Hay que copiar las mismas muecas, el similar dolor, todo a la par. Todo al ritmo del: y... uno, y dos, y tres, pan, pam, suelo, rodilla, pies, empeine, dolor, cabello a la cara, a la boca, uñas rotas, y luego chistes, risillas nerviosas. Todo en rápidos segundos. Hasta repitir más de quince veces la misma frase (pasos).


El corazón sube a la laringe. Las rodillas piden perdón. El sudor brota junto con las iras. El cansancio habla con la agitada respiración. Y hasta cuando justo lo logras y dicen: Listo, hasta ahi vamos por hoy. Y te da más iras. Ý más ganas de seguir bailando. De decirles: Pero mírenme ya puedo. Y no importa. 


De todas maneras estoy aprendiendo. Y es en lo que pienso cuando hasta mis pulmones van a reventar. Cuando simplemente siento que no puedo, que 'ya no jalo'. A pesar de todo eso, la mente me levanta y aunque me caigo mil veces, recuerdo que esto solo es un juego. Que nadie me va a calificar. Así se me pasan las dos horas. Es un juego.

martes, 14 de junio de 2011

Es que necesito danzar

Ensayo "Descartables" de Fernando Cruz. Foto: Nora Meuli



Movimientros, caídas, vuelos, saltos, pasos. Actuación (y bastante), pero sobre todo relajación. ¿Comerse libros? No se necesita porque tampoco hay muchos. Hablar, eso sí, pero con el cuerpo. ¿Imposible? Pues no.


Ni el lenguaje alcanza a decir tantas palabras como lo pueden hacer las extremidades, la mirada y la piel. Aunque no parezca, el cuerpo sí es capaz de formular más de un millón de frases. De hecho, así se llaman nuestros largos y profundos pasos de baile. De pies, en el suelo y en el aire. Con los ojos cerrados, riendo, sufriendo, amando o sólo pensando. Con manos, brazos, pecho, cabeza, cuello y dedos. Solo hay que dejarlo fluir. Es todo. Y expresarse, pero de una manera distinta. Y muy entretenida.


Eso es la danza, y no precisamente la que está ligada a la rigidez de las mallas, los tutús, el Lago de los Cisnes y las zapatillas. Tiene algo de eso, pero es diferente y no tiene nada de inerte. Se trata de la danza contemporánea. Y si crees que no tienes el valor para seguir actuación, ganas de bailar, pero no ritmos tropicales o de salón, optar por unas clases de danza, es una excelente opción.


Redescubrirse es uno de los requisitos esenciales. Y para iniciar no hay límites de edad o estado físico. Solo ganas de hablar con la boca cerrada. De creer y danzar. O como se dice en esta a veces no tan entendida práctica: de respirar, con los pies y el alma en el piso, pero no dejar de volar.


Es baile, inspiración y creación. Pero sobre todo, es arte, mucho arte.

martes, 25 de enero de 2011

el cielo de mi mamá


Como esas ya no hay. Tardes que esperaba a que llegue del trabajo para salir a pasear. No al parque porque no sabía manejar bicicleta. Al centro comercial. Cuando la razón la tenía mi mamá. Cuando solo le preguntaba, cuando hacía berrinches y me quejaba. Como esas no he visto más. Esas tardes con insolación y cielos color naranja. Nubes doradas sobre las faldas del Guagua, "cuando María hacía pan", según mi mamá. Como le dijo mi abuelita, con quien recogíamos flores marchitas. En La Alameda, ella decía "son rosas de madera". No, ya no hay

jueves, 20 de enero de 2011

Yo y una sala de emergencias

Su trabajo empezó a las 20:30 con el primer paciente que registró el caso más grave. Por intentar liberarse de un asalto, un joven de aproximadamente 20 años sufrió una cortadura en el cuello. Su diágnóstico no indica nada grave, según una de las internas que cumplía su guardia nocturna del hospital. La cura: cuatro puntos de sutura.

A partir de ahí, los minutos pasaron muy lento en el Área de Emergencia del Hospital Eugenio Espejo de Quito. Los estudiantes de Medicina que cumplían su turno, ya estaban acostumbrados a ese ritmo de trabajo. Sabían que los casos más graves llegaban a partir de la 01:00. Hasta ahí, parecía una noche tranquila.

El "cuarto 11", donde se reciben las emergencias graves que ingresan al hospital las, no tenía movimiento a las 21:00. Sólo dos pacientes estaban en observación. Uno era un anciano que iba a ingresar al quirófano. En el ambiente sonaba un respirador del otro paciente que solo dormía.

Las tareas a cumplirse en un área como esta, es para los estudiantes de medicina una de las mejores experiencias que enriquecen su formación profesional. En la Facultad de Medicina de la Universidad Central, es una exigencia desde que ingresan al cuarto nivel.

En el área de clínica, se concentró la actividad con la presencia de ocho pacientes a las 21:30. En esa parte del piso de emergencias se evalúan los casos con fichas médicas. Ahí estaba Patricio, esperando recostado la asistencia de algún galeno. Su ficha estaba vacía, pero él contó que solo recordaba haberse caído de las gradas, nada más.

Y luego el piso se llenó. Había 30 pacientes. Cada uno estaba acompañado de un familiar, que a falta de sillas, permanecía junto a su padre, esposo, hija o hijo hasta que un médico le de un alivio a su espera y a sus piernas.

23:15. Las manos eran escasas. Los familiares incrementaban su espera. Faltaban médicos e internos. Minutos después, un paciente bajó de los pisos superiores en compañía de otro estudiante. Su rostro tenía rastros de sangre que había salido de sus ojos, como lágrimas. Casi al mismo tiempo, el cuarto 11 ya recibió otra emergencia: Rubén (33 años) quién había perdido la mitad de una oreja. Estaba ebrio.

A las 03:00 fue lo 'más fuerte'. En 20 minutos ingresaron cuatro pacientes con golpes en la nariz, intoxicaciones por alcohol, cortes en los brazos, infecciones, entre otros. El cuarto 11 se repletó. Uno de los heridos, con la nariz irreconocible, tuvo que esperar diez minutos sentado junto al lavabo, hasta que alguien se desocupe y lo cure.

Antes que salga el sol (05:30), el cansancio se notaba en los rostros de internos, externos y enfermeras. En la puerta de emergencia, 32 personas esperaban a sus parientes sentados en el piso y cobijados con chompas y ponchos.

A las 06:00 entró alguien más. Un rockero que no paraba de reirse por que había perdido una riña, que le causó una profunda cortadura en la mejilla. A esa hora, los externos fueron a tratar de dormir, y el siguiente grupo ingresaba. Para ellos, la rutina, apenas iniciaba.

martes, 11 de enero de 2011

¿La luna plateada o la plata y La Luna?


Fue mi primera radio. Y aunque no estuve por más de cinco meses, sí aprendí. Viví cosas nuevas -en ese entonces- sobre un medio y lo indispensable para no cometer errores "on air". Vi cosas buenas, escuché consejos, entendí más de periodismo, de populismo, del abuso del poder y sobre todo de ese poder: el de los micrófonos. ¿Puebas? Nunca encontré datos exactos pero el día "forajido" fue una fiel muestra de esa audiencia. Al menos así se cansaron de repetir.

Y claro que nos escuchaban. "Nos", de antes. El primer día que entré a la cabina principal ya pude locutar. Bajito, por mi tono de voz miedoso y principiante, pero hablar al fin. No estuve sola. Tuve de compañera a alguien que también estudiaba comunicación y otra personas que sí fue un gran locutor. Sí, también fue. De quién -por cierto- aprendí algo bueno de la radiodifusión.

A partir de ese día, todo me resultó perfecto. Fue como llegar a donde tanto se quiere. Y no por locutar, para los que tenemos un enamoramiento vehemente por el mundo de la radio. Era en sí por esa radio. Fue  algo asi como la meta de todo joven periodista o estudiante de comunicación que quiere cambiar el mundo con sus ideas revolucionarias. Pero no de esa revolución de las mochilas pintadas con el Che Guevara. De las libertades en su más pura expresión. Que socialismo ni que izquierdismo, la libertad, punto.

Tan libre que me gané el honor de tener media hora de programación en el espacio más escuchado. Solo tuve que hablar. De lo que sea. Todo porque uno de los locutores se fue, mientras que el otro repartía volantes para que lo eligieran como pasajero a Montecristi. Conmigo estaba la misma compañera de aulas y micrófono. Y dijimos de todo. Como era la época anti neonazis, convocamos a toda la ciudad a una marcha. "No tenemos miedo", repetíamos una y otra vez hasta que dieron las 09:30 y comienzó el otro programa. Todo entre risas y nervisismo. Risas, si, y "on air".

Y como esas, muchas. Luego estuve sola en el reprise "noticioso" del mediodía. Leía pequeñas noticias de  Internet e hice dos entrevistas. De eso no tengo fotos, solo audios y recuerdos.

Ese fue un paso por mi rumbo profesional que sí me cambió. Y no me refiero al cambio de apariencia o de vestir (zapatos rotos y pantalones de colores). Fue más que eso. Y pensaba que fue una gran cancha para disuadir lo correcto y lo errado del periodismo político. Y a distinguir el periodismo del activismo.

Pero la pequeña escuela que no me dio un diploma ni por participación, se esfumó. De lo que yo ví, oí, y viví, hace meses no quedaba nada. Ahora peor.

Espacios como esos se pierden todos los días en todos los medios. No hay cosas reveladoras. Polémicas son las noticias que salen ahora. Investigaciones que aunque tienen intenciones claras, desdichadamente son ciertas y tienen la razón. Esa que perdieron quienes persiguieron el oro y dejaron en lo que creyeron, si es que alguna vez fue así.

¿Madurez periodística? ¿Innovación? ¿Alternativas para la crisis? Mmm... No se si sea necesario llegar a eso para no perder. Pero, ¿realmente lo es? No lo creo.

martes, 7 de diciembre de 2010

Sigo en contra ¿Porqué?


Me pueden tachar de ignorante aquellos que dicen 'conocer muy bien del tema'. Como la ignorancia aún no es pecado me quedo tranquila, pero sigue siendo insuficiente. Y traigo a colación el tema no sólo por las fiestas, sino porque mi trabajo me obligó a leer esta nota. Nota que por cierto, se publicó en portada:

"Con una magnífica entrada se lidiaron cinco novillos de Mirafuente y uno de Vistahermosa buenos, de calidad y nobleza excepcional, que permitieron el lucimiento de los protagonistas. A dos los aplaudieron en el arrastre e incluso en el cuarto hubo peticiones de indulto".

Bueno... La crónica sobre una de estas absurdas 'jornadas taurinas' es más grande y está llena de párrafos como el que cito.
Ahora, mi inconformidad va más allá de mi rechazo personal hacia este tipo de 'tradiciones' malditas que aún no somos capaces de extinguir. Estoy inconforme también con el asunto periodístico de la situación. Y es algo que no solo me enoja. Sin la mirada de Teya la anti toros, señalo estos puntos:

1: Si es una nota o crónica, calificativos o adjetivos como magnífica, buenos, de calidad y lucimiento, ¿están permitidos?

2: Después de Vistahermosa y para citar adjetivos de los novillos, ¿no se pone coma o punto?

3: Si yo no conozco de toros (gracias a Dios) un lector común entiende lo que es el "arrastre"?

4: ¿Los protagonistas son los cinco novillos? ¿A los que encima más les aplaudieron? y ¿se lucieron?

Quien sepa que me refute. Tiene todo el derecho, así como yo, de reclamar. Pero volviendo al tema, este tipo de publicaciones aseguran mi posición. No me gusta ni me gustarán nunca. ¿Porqué?

1. Porque no puedo hablar de un espectáculo (entiéndase por algo que entretiene) si hay un escenario en el que se reparte sangre a chorros, cada cinco minutos.

2. Porque no puedo aplaudir la tortura de uno de los animales más hermosos de la naturaleza. (Aunque es una raza creada por el mismo hombre). Me van a salir con el típico que si como carne es lo mismo. A los mismos que van a ver esto y dicen lo otro, les invito cordialmente a aplaudir a un camal. No olviden llevar las botas ah, porque la sangre es la misma, y para su diversión, hay mucha, como les gusta.

3. Porque no puedo asistir a un lugar que se llena de sangre y se mata animales que fueron criados para entretener a un grupo de noveleros.

4. Porque aún no entiendo como -una vez más- ponen el nombre de Jesús a estas tradiciones, que si él viera, le daría asco. Pero no de eso, sino de los que lo aceptan.

5. Porque la sociedad debe evolucionar y no ir hacia atrás. Ya olvidamos cosas como la momificación, la guillotina, las peleas león vs. humano, los duelos, las torturas de la Inquisición. ¿Porqué seguimos con esto? ¿Porqué? ¿Porqué?

6. Porque ya fui a una corrida y no quiero volver jamás.

7. Porque si quiero lucir botas, sombrero, cinturón y alisado, puedo irme a bailar a cualquier otro lugar.

8. Porque tengo dos mascotas en mi casa. Aunque quisiera tener más.

No entiendo como es que a quien escribió esto, los novillos le parecieron "buenos, nobles y de calidad". Aún no se lo creo. Ni lo demás tampoco. Ni le entiendo. Y tampoco es que quiero.
Hay costumbres que por más antiguas que sean no deben continuar, porque se supone que cada vez somos más inteligentes. Pero, no mismo. Y encima critican a los musulmanes y sus singulares maneras de castigar como los piedrazos, la quema de orejas, de ojos etc., etc. Pobres; los que van, no los que mueren.