martes, 14 de junio de 2011

Es que necesito danzar

Ensayo "Descartables" de Fernando Cruz. Foto: Nora Meuli



Movimientros, caídas, vuelos, saltos, pasos. Actuación (y bastante), pero sobre todo relajación. ¿Comerse libros? No se necesita porque tampoco hay muchos. Hablar, eso sí, pero con el cuerpo. ¿Imposible? Pues no.


Ni el lenguaje alcanza a decir tantas palabras como lo pueden hacer las extremidades, la mirada y la piel. Aunque no parezca, el cuerpo sí es capaz de formular más de un millón de frases. De hecho, así se llaman nuestros largos y profundos pasos de baile. De pies, en el suelo y en el aire. Con los ojos cerrados, riendo, sufriendo, amando o sólo pensando. Con manos, brazos, pecho, cabeza, cuello y dedos. Solo hay que dejarlo fluir. Es todo. Y expresarse, pero de una manera distinta. Y muy entretenida.


Eso es la danza, y no precisamente la que está ligada a la rigidez de las mallas, los tutús, el Lago de los Cisnes y las zapatillas. Tiene algo de eso, pero es diferente y no tiene nada de inerte. Se trata de la danza contemporánea. Y si crees que no tienes el valor para seguir actuación, ganas de bailar, pero no ritmos tropicales o de salón, optar por unas clases de danza, es una excelente opción.


Redescubrirse es uno de los requisitos esenciales. Y para iniciar no hay límites de edad o estado físico. Solo ganas de hablar con la boca cerrada. De creer y danzar. O como se dice en esta a veces no tan entendida práctica: de respirar, con los pies y el alma en el piso, pero no dejar de volar.


Es baile, inspiración y creación. Pero sobre todo, es arte, mucho arte.