miércoles, 1 de agosto de 2012

Testamento de memorias

Se me ocurrió que si mañana amanezco y pierdo la memoria, un quintal de letras se irían conmigo. Y talvéz no vuelvan nunca más. O puede pasar hoy, en un rato o al salir a la calle. Siendo optimistas, cuando tenga el  cabello blanco, de anciana. Por eso es mejor escribir antes de olvidar.

Son cosas que vienen en destellos que no duran ni un segundo. Imágenes fugaces. Yo, de pequeña. Desde el lente de una diminuta persona que creció mirando el mundo con la boca abierta. Para tratar de entender y de grabarlo todo.

El más vago de los recuerdos es una fotografía de mil colores que se mueve en mi cabeza constantemente. Que me da nostalgia y ganas de presionar el botón de retroceder para obligarle a mi mente a recordar más. Pero no puedo. Solo me veo a mi, a mi madre y mi hermano. Los tres en un juego junto a dos camas. Mi mami nos enseña. Ella es la profesora y nosostros los alumnos que rayamos sin piedad 'la tarea' en cuentos envueltos en pastas de cartón brillante, con las puntas dañadas que yo misma mordí. Mi cuaderno era el de Pinocho, mi historia favorita. Tenía tres años, creo. Me viene el olor del libro y las voces de mi mamá.

Otra película dura menos que esos segundos. Soy yo durmiendo con mi mamá quien sostiene un biberón en un cuarto donde hay dos camas. En la otra, duerme mi papá con mi hermano, también pequeño. Tenía meses según todos, pero estoy segura que lo recuerdo. Casi como una alucinación pero lo recuerdo.

También tengo imágenes frescas y no tan borrosas. Como la de mi redonda figura pequeña jugando a la cocina en el jardín de mi casa. Haciendo sopa de tierra, con papas de piedras, y cilantro de hierba. Todo un manjar. Al igual que mis tortillas de lodo que freía en un horno oxidado que saqué -sin permiso- de la bodega de la casa de mi abuelita. De los billetes en forma de hojas. De los diamantes en forma de rosas. Del enojo de mi abuelita al encontrar 'mi cocina' en el patio. De mi abuelita, de su aroma, de sus manos. De los helados en tulipán que nos compraba. Cuando dijo "de grande ya no tendrás que lavar platos porque en el futuro se podrán comer". De sus risas. De mi caída en la bicicleta que me costó un hieso en el tobillo que mi abuelita quiso sanar con un curita. De los vestidos que me hacía.

Juegos absurdamente divertidos como las decenas de figuritas que recorté después de dibujarlas en cartulinas color crema. Imágenes de ratoncitas que vivían en una ciudad diminuta. En la que también jugó mi hermano, a veces, hasta el enojo por no darle la razón. Del juego de las 'mareadas', que consistía en vendarnos los ojos con una bufanda y caminar por toda la casa hasta encontrarnos y reirnos sin sentido. Y de las peleas que eso ocasionaba. De la simulación de cajera de supermercado con teclados escritos en hojas papel bond. De la locutura de radio que tenía su cabina en la cama con muchos discos de papel. De los experimentos con todos los frascos que había en el baño. Por lo que me hablaban cuando no les avisaba porque se untaban mis pociones mágicas.

En fin... Puedo bautizarlo como mis primeros recuerdos. Si los olvido, quedarán aqui.  

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Benedetti nos dijo que el olvido está lleno de memoria.........

Santi dijo...

Benedetti nos dijo que el olvido está lleno de memoria