martes, 25 de enero de 2011

el cielo de mi mamá


Como esas ya no hay. Tardes que esperaba a que llegue del trabajo para salir a pasear. No al parque porque no sabía manejar bicicleta. Al centro comercial. Cuando la razón la tenía mi mamá. Cuando solo le preguntaba, cuando hacía berrinches y me quejaba. Como esas no he visto más. Esas tardes con insolación y cielos color naranja. Nubes doradas sobre las faldas del Guagua, "cuando María hacía pan", según mi mamá. Como le dijo mi abuelita, con quien recogíamos flores marchitas. En La Alameda, ella decía "son rosas de madera". No, ya no hay

jueves, 20 de enero de 2011

Yo y una sala de emergencias

Su trabajo empezó a las 20:30 con el primer paciente que registró el caso más grave. Por intentar liberarse de un asalto, un joven de aproximadamente 20 años sufrió una cortadura en el cuello. Su diágnóstico no indica nada grave, según una de las internas que cumplía su guardia nocturna del hospital. La cura: cuatro puntos de sutura.

A partir de ahí, los minutos pasaron muy lento en el Área de Emergencia del Hospital Eugenio Espejo de Quito. Los estudiantes de Medicina que cumplían su turno, ya estaban acostumbrados a ese ritmo de trabajo. Sabían que los casos más graves llegaban a partir de la 01:00. Hasta ahí, parecía una noche tranquila.

El "cuarto 11", donde se reciben las emergencias graves que ingresan al hospital las, no tenía movimiento a las 21:00. Sólo dos pacientes estaban en observación. Uno era un anciano que iba a ingresar al quirófano. En el ambiente sonaba un respirador del otro paciente que solo dormía.

Las tareas a cumplirse en un área como esta, es para los estudiantes de medicina una de las mejores experiencias que enriquecen su formación profesional. En la Facultad de Medicina de la Universidad Central, es una exigencia desde que ingresan al cuarto nivel.

En el área de clínica, se concentró la actividad con la presencia de ocho pacientes a las 21:30. En esa parte del piso de emergencias se evalúan los casos con fichas médicas. Ahí estaba Patricio, esperando recostado la asistencia de algún galeno. Su ficha estaba vacía, pero él contó que solo recordaba haberse caído de las gradas, nada más.

Y luego el piso se llenó. Había 30 pacientes. Cada uno estaba acompañado de un familiar, que a falta de sillas, permanecía junto a su padre, esposo, hija o hijo hasta que un médico le de un alivio a su espera y a sus piernas.

23:15. Las manos eran escasas. Los familiares incrementaban su espera. Faltaban médicos e internos. Minutos después, un paciente bajó de los pisos superiores en compañía de otro estudiante. Su rostro tenía rastros de sangre que había salido de sus ojos, como lágrimas. Casi al mismo tiempo, el cuarto 11 ya recibió otra emergencia: Rubén (33 años) quién había perdido la mitad de una oreja. Estaba ebrio.

A las 03:00 fue lo 'más fuerte'. En 20 minutos ingresaron cuatro pacientes con golpes en la nariz, intoxicaciones por alcohol, cortes en los brazos, infecciones, entre otros. El cuarto 11 se repletó. Uno de los heridos, con la nariz irreconocible, tuvo que esperar diez minutos sentado junto al lavabo, hasta que alguien se desocupe y lo cure.

Antes que salga el sol (05:30), el cansancio se notaba en los rostros de internos, externos y enfermeras. En la puerta de emergencia, 32 personas esperaban a sus parientes sentados en el piso y cobijados con chompas y ponchos.

A las 06:00 entró alguien más. Un rockero que no paraba de reirse por que había perdido una riña, que le causó una profunda cortadura en la mejilla. A esa hora, los externos fueron a tratar de dormir, y el siguiente grupo ingresaba. Para ellos, la rutina, apenas iniciaba.

martes, 11 de enero de 2011

¿La luna plateada o la plata y La Luna?


Fue mi primera radio. Y aunque no estuve por más de cinco meses, sí aprendí. Viví cosas nuevas -en ese entonces- sobre un medio y lo indispensable para no cometer errores "on air". Vi cosas buenas, escuché consejos, entendí más de periodismo, de populismo, del abuso del poder y sobre todo de ese poder: el de los micrófonos. ¿Puebas? Nunca encontré datos exactos pero el día "forajido" fue una fiel muestra de esa audiencia. Al menos así se cansaron de repetir.

Y claro que nos escuchaban. "Nos", de antes. El primer día que entré a la cabina principal ya pude locutar. Bajito, por mi tono de voz miedoso y principiante, pero hablar al fin. No estuve sola. Tuve de compañera a alguien que también estudiaba comunicación y otra personas que sí fue un gran locutor. Sí, también fue. De quién -por cierto- aprendí algo bueno de la radiodifusión.

A partir de ese día, todo me resultó perfecto. Fue como llegar a donde tanto se quiere. Y no por locutar, para los que tenemos un enamoramiento vehemente por el mundo de la radio. Era en sí por esa radio. Fue  algo asi como la meta de todo joven periodista o estudiante de comunicación que quiere cambiar el mundo con sus ideas revolucionarias. Pero no de esa revolución de las mochilas pintadas con el Che Guevara. De las libertades en su más pura expresión. Que socialismo ni que izquierdismo, la libertad, punto.

Tan libre que me gané el honor de tener media hora de programación en el espacio más escuchado. Solo tuve que hablar. De lo que sea. Todo porque uno de los locutores se fue, mientras que el otro repartía volantes para que lo eligieran como pasajero a Montecristi. Conmigo estaba la misma compañera de aulas y micrófono. Y dijimos de todo. Como era la época anti neonazis, convocamos a toda la ciudad a una marcha. "No tenemos miedo", repetíamos una y otra vez hasta que dieron las 09:30 y comienzó el otro programa. Todo entre risas y nervisismo. Risas, si, y "on air".

Y como esas, muchas. Luego estuve sola en el reprise "noticioso" del mediodía. Leía pequeñas noticias de  Internet e hice dos entrevistas. De eso no tengo fotos, solo audios y recuerdos.

Ese fue un paso por mi rumbo profesional que sí me cambió. Y no me refiero al cambio de apariencia o de vestir (zapatos rotos y pantalones de colores). Fue más que eso. Y pensaba que fue una gran cancha para disuadir lo correcto y lo errado del periodismo político. Y a distinguir el periodismo del activismo.

Pero la pequeña escuela que no me dio un diploma ni por participación, se esfumó. De lo que yo ví, oí, y viví, hace meses no quedaba nada. Ahora peor.

Espacios como esos se pierden todos los días en todos los medios. No hay cosas reveladoras. Polémicas son las noticias que salen ahora. Investigaciones que aunque tienen intenciones claras, desdichadamente son ciertas y tienen la razón. Esa que perdieron quienes persiguieron el oro y dejaron en lo que creyeron, si es que alguna vez fue así.

¿Madurez periodística? ¿Innovación? ¿Alternativas para la crisis? Mmm... No se si sea necesario llegar a eso para no perder. Pero, ¿realmente lo es? No lo creo.