Es un caja grande, de zapatos, pero de zapatos grandes. La tapa está segura gracias a un listón de tela que una vez fue parte de una prenda de vestir. Ahora está llena, y sin ese laso, no podría cerrarse ni entrar en el cajón 'secreto' que está en el espaldar de mi cama.
Mi baúl improvisado guarda hojas, cartas, invitaciones para fiestas, velas y retazos que no sé porque están ahí. Son papelitos agrupados en sobres que huelen a humedad y recuerdos. A muchos recuerdos. Los reviso cuando arreglo. Uno por uno hasta el fondo.
Cartitas de amigos de la escuela, una fotografía de 50 niños de un quinto grado, libretas mal cortadas hechas en el recreo y cromos recortados del album Amor es, son los más antiguos. Y me acuerdo de todos. Y me da nostalgia.
Sobre ellas hay varios sobres blancos con más cartas en hojas cuadriculadas. Hay un sobre para cada curso y dos con las cartas de mis 'mejores amigas' del colegio. Unas parecen escritas para un novio, de amor, de reconciliación, del "amigas por siempre", "nunca cambies", "perdóname", "gracoas por ser así". ¿Así Cómo? En fin, igual las recuerdo, y me da más tristeza que la escuela. Hasta conservo una agenda con papelitos oxidados que nos regalábamos en clases. Hojas de todos los materiales, esquinas con dibujos, conversaciones, chismes exprés, stickers de garfield, la pascualina o artilugia y manualidades de bolsillo.
Y hasta ahí las clasifiqué. Las últimas -y escasas- cosas que recibí después solo las puse encima, hasta que la caja engordó. Por ahí hay algo por navidad, por un recupérate y feliz cumpleaños.
Hace un año rompí las tres primeras tarjetas que me miraban apenas abría el baúl. Tres sobres arrugados. Los únicos obsequios de un hombre. Tarjetas de plástico con leyendas que les 'dieron diciendo' la imprenta, firmadas con políticos Tqm Andrea, en chuecas y confusas letras. Pero ya no están. Y no me da pena, peor tristeza.
Lo demás ha de quedarse en la memoria; lo que necesita recordarse. Lo demás ya no. De la universidad, por ejemplo, guardo poco, aunque recuerdo mucho. Y si me da nostalgia y recién hace ocho días, me dio pena.
Ya no soy la estudiante, la que abre la caja para buscar con que llorar, la que guarda, la que ordena, la que se apena. Pero tampoco me da tristeza. Estoy feliz, y las pocas penas de hoy, son peores y nuevas, y ya no pueden ponerse en un caja, sino en una maleta.
1 comentario:
Lindo, lindo! Yo también necesito la maleta
Publicar un comentario