viernes, 12 de febrero de 2010

una pieza de ballet

Sala de ensayo (E. Degas)

Me acuerdo cuando me preguntaban más de una vez: ¿Qué quieres ser de grande? Y mi respuesta fue distinta con cada año adicional que cumplía: quería ser cantante, ayudar a la gente y curar a los enfermos, ser chef, empresaria, cajera del Supermaxi, madre de familia, bailarina de ballet, locutora de radio, profesora de inglés, guía turística, estrella de rock, arquitecta, escritora, como Marissa Sánchez, dueña de un museo, historiadora, veterinaria y periodista.


bailarina (E. Degas)


No eran aspiraciones; a esa edad los llamaba sueños. Por supuesto que hoy me provocan risa y algo de melancolía. Sueños cumplidos, ninguno. En proceso de, solo dos. En completo estado de frustación, tres. Arrepentidos, uno y medio. Todavía vigente y algo absurdo, uno. Y para recordar la energía con la que aún pienso en él, me remoto a Edgar Degas, y su obra.

Mi vida es una analogía autoconstruida con la danza y el ballet. Pasos largos, estilizados, decididos, aveces bruscos, sutiles, un poco técnicos, y un tanto fríos. Y la mirada, siempre atenta, con gotas de nostalgia.
Una vida que a Degas se le olvido pintar. Un año más, es como otra melodía más por danzar.

bailarinas azules (E. Degas)