Una casa vieja llena de secretos, es nada comparada con la casona tomate donde hace muchos años cuentan las malas lenguas, funcionaba una cárcel. Las gradas son de piedra, lo que hacen que cada paso que se de para subir, sea más pesado. Y todo depende de que gradas, porque las de la parte posterior, cercanas a los baños, parecen contar por si solas una historia de misterio.
En el época de la Colonia, cuando se dice se construyeron todas las casas del Centro Histórico de Quito, eran habituales las grandes edificaciones con un patio central. Esta no es la excepción; y no pueden faltar los cuatro corredores con más de diez puertas que intrducen a enormes habitaciones. Pero de hecho habitaciones parece que nunca hubo en la casa de la radio.
Uno de los que más tiempo ha compartido la trayectoria de la radio afirma que allí funcionaba una cárcel. En la parte de las gradas de atrás, contó, estaban los calabozos. Y no hay mucho que dudar. Despues traté de hacer mis investigaciones, y en efecto supe que por 1700, ese lugar fue una simple comisaría, o algo por el estilo.
En el época de la Colonia, cuando se dice se construyeron todas las casas del Centro Histórico de Quito, eran habituales las grandes edificaciones con un patio central. Esta no es la excepción; y no pueden faltar los cuatro corredores con más de diez puertas que intrducen a enormes habitaciones. Pero de hecho habitaciones parece que nunca hubo en la casa de la radio.
Uno de los que más tiempo ha compartido la trayectoria de la radio afirma que allí funcionaba una cárcel. En la parte de las gradas de atrás, contó, estaban los calabozos. Y no hay mucho que dudar. Despues traté de hacer mis investigaciones, y en efecto supe que por 1700, ese lugar fue una simple comisaría, o algo por el estilo.
Pero el personaje famoso, no es aquel que cuenta siempre una antigua anécdota, sino el amigo invisible. De esos que en un lugar como este, no puede faltar. No tiene nombre, pero la mayoría de periodistas y locutores lo bautizaron como el encadenado. Y de él si se ha dicho mucho. Los momentos de encuentro han sido algunos.
Nancy, una de mis jefes, asegura haberlo visto pasar por uno de los corredores a altas horas de la noche. No lo vio de cerca, pero recuerda muy bien que llevaba una larga túnica blanca. Cuando contó la historia, su rostro reflejó miedo indudable, como que si otra vez lo estuviera viendo. Y el flamante dueño de la radio lo confirmó, pero su historia fue otra. Sin muchos detalles dio por sentado que el encadenado existe, y le gusta pasearse y cerrar y abrir puertas.
Los sonidistas tienen otra versión. Familiarizados con los equipos, contaron que pese a que no lo han visto, lo han oído subiendo y bajando el volumen de los altos parlantes. Los chicos de producción lo oyeron caminando por la oficina que está en la parte de arriba de su estudio; un cuarto que casi siempre está cerrado y vacío.
Y las historias de otros solo recogen pequeñas versiones anteriores: que aveces se sube al escenario a tocar el piano, que sale a los baños de atrás, que mueve los micrófonos, que golpea puertas con fuerza, etc. etc.
Pero antes de haberlo visto de re ojo, me impactó otra parte de la historia, la que de hecho me aterrorizó. Dicen que es una persona alta, de tez morena, y lleva en las manos un par de cadenas que cuelgan, y que tiene muy mal humor. Ellos, los que lo han visto, ya no están. Fueron locutores o personas que trabajaron ahí, que después de verlo, muerieron algún tiempo después.
Tal vez sea una peculiar coincidencia o una broma pesada para ocasionarme miedo, pero bien dicen que una mentira dicha mil veces, se termina por creer. No lo he visto directamente. Un par de meses después de trabajar ahí, me pareció oírlo por los baños; y ojo que cuando lo escuché, aún no sabía de su existencia. Y luego, mientras estaba en la puerta de la cabina máster casi casi que lo vi, pero más pareció una mala jugada de mi imaginación.
Cuando salí a estirar mis brazos en medio de un corte comercial del programa estelar, vi unos zapatos blancos y unas medias rojas, con el rabillo del ojo. Al presentir la entrada de alguien, y al esperar a un invitado para el programa que debía llegar a esa hora, me acerqué con dos pasos, esperando ver a mi invitado pasar, para saludarlo. Y nunca pasó. Subí a ver si fue alguien que llegó, pero las puertas estaban todas cerradas, tal y como están a esa hora. Bajé y mi cara me delató ante las personas que estaban en la cabina.
Eduardo, uno de los sonidistas me preguntó:
-¿Qué pasó, porqué subiste? Me quedé callada por un instante. Luego respondí:
- Pensé haber visto pasar al invitado. Eduardo dijo:
- Pero si ni siquiera entró alguien de la puerta principal.
Luego sonrió. Y me quedé pensando.